BIO

(O cómo me convertí en escritor)

Yo a la derecha leyendo Ojos de Fuego. A mi lado, mi vecino Hernán.

Con Hernán nos comunicabamos por encima de la pared que dividía nuestras casas —el tapial, le decía él—. Yo me paraba sobre un soporte metálico donde se enrollaba la manguera de riego y lo llamaba con un grito moderado. Si no estaba en casa me lo hacían saber sus padres o alguno de sus hermanos; así funcionaba la comunicación en los ochenta: nada de tildes azules. La cuestión es que al regresar de mis vacaciones lo llamé, orgulloso con mi ejemplar decrépito de Cementerio de animales y esperé a que él apareciera del otro lado de la pared. Le dije con suma seriedad y desfachatez que ese que tenía en mis manos era el mejor libro del tal King, que no podía existir uno mejor. Hernán se metió otra vez a su casa y salió al cabo de un momento sosteniendo un librazo de un tamaño descomunal: “este es el mejor” me dijo. Era IT, y es posible que haya tenido razón.

En plena crisis del año 2001 empecé a trabajar en una empresa mediana en la capital y después participé en proyectos en algunos países de centroamérica. Yo era joven, el trabajo no estaba bien pago y estaba lejos de mi casa. Recién muchos años después fui consciente del sacrificio de aquellos años. Dejé de escribir por completo y así pasaron dos años. Me pesaba la asignatura pendiente de no haber podido terminar una novela completa.

Tomé la decisión de renunciar y regresé a la Argentina para escribir la dichosa novela, de la que no tenía claro casi nada salvo algunos rudimentos de una posible trama. Nadie en mi entorno sabía de mi afición por la escritura, así que la decisión fue tomada con cierta perplejidad por parte de mis seres queridos, especialmente de mis padres, que igualmente me apoyaron. Yo tenía ahorros para vivir menos de un año y poco sabía de cómo escribir un libro. Además, sabía que dejar mi carrera en stand by podía repercutir negativamente en mi futuro. La presión era considerable.

En menos de un año escribí el noventa porciento de lo que más tarde sería Benjamin, pero tuve que suspender el proceso. Se me estaba acabando el dinero y llegó una oferta de la misma empresa para ir a trabajar a Mexico que no pude rechazar. Me quedé allí cuatro años y conseguí terminar la novela y corregirla. Incluso con el primer manuscrito terminado no se me había cruzado por la cabeza la idea de intentar publicarlo, ni mucho menos ser escritor. Lo único que quería es que lo leyera alguien y me diera su opinión.

He contado varias veces en presentaciones lo que sucedió cuando mi hermano terminó de leer ese manuscrito. Habíamos acordado que no hablaríamos hasta que él lo terminara, y fue cuando le faltaban unas cincuenta páginas que lo esperé en el living de mi casa mientras él leía el final en su habitación. Yo estaba en Argentina sólo de vacaciones y en breve regresaría a México. Mi hermano abrió la puerta, con el manuscrito en sus manos, y su cara me lo dijo todo. Su expresión era de alivio (por no tener que darme una mala noticia), y también de sorpresa. Se acercó en silencio, se sentó enfrente de mí y me dijo lo mucho que le había gustado la novela, sin escatimar en halagos que fueron muy importante para que yo empezara a tener algo de confianza. Y después me hizo una pregunta que yo no esperaba: “Y ahora qué vas a hacer con esto?”


Como dije antes, tuve mucha suerte en momentos importantes de mi carrera. Después de Benjamin publiqué cuatro novelas con la editorial Destino, a la que considero mi casa, y ojalá pueda publicar con ellos algunas más. Y por último, tengo una comunidad fantástica de lectores a los que les estoy eternamente agradecido. Si eres uno de ellos y quieres hablarme, decirme o preguntarme cualquier cosa, mis redes están abiertas y me encantará saber de ti y conocerte.

En 2009 con Stephen King en la presentación de su libro La cúpula

En 2023 con ejemplares de La hija ejemplar